La depresión (en el sentido clínico del término)
es una perturbación del ánimo caracterizada por
un conjunto de síntomas que afectan la motivación
y las ganas de vivir. Algunos de estos signos incluyen: ánimo
anormalmente decaído, disminución de la energía,
problemas de concentración, pérdida del interés
por cosas que antes eran importantes, entre otros.
Las neurociencias han mostrado que estos síntomas se
correlacionan con alteraciones en el funcionamiento de ciertas
áreas del cerebro que precisamente tienen que ver con
la motivación, la capacidad de disfrutar y la regulación
de las emociones.
Como condición patológica que es, la depresión
puede ser resultado de enfermedades orgánicas, de alteraciones
endocrinas, de la influencia de substancias ajenas al organismo
(como las drogas y el alcohol, por ejemplo) y también
puede ser consecuencia de trauma físico o psicológico
o de situaciones de vida adversas.
Las
opciones de tratamiento más eficaces de la depresión
son los fármacos antidepresivos y la psicoterapia cognitivo-conductual.
Esto ha sido puesto en evidencia por la investigación
empírica y constituye uno de los aportes científicos
más importantes en la intersección entre medicina
y psicología clínica.
Sin
embargo, un punto fundamental a considerar es que no existen
elementos que distingan una depresión monopolar de una
depresión bipolar.
La
diferencia, entre ambas, de acuerdo con las directrices del
DSM, radica en que la bipolaridad, por definición, debe
presentar una alternancia entre episodios depresivos -con síntomas
similares a los descritos arriba- y episodios maníacos
(bipolar tipo 1) o hipomaníacos (tipo 2). Estos últimos
incluyen un ánimo exaltado, eufórico, expansivo
o irritable.
Sólo
en el trastorno bipolar 1 (manía), dichos síntomas
son de una intensidad tal que resultan fácilmente identificables,
y también -debido a esa misma intensidad- resultan en
discapacidad funcional severa; en cambio, en el tipo 2 (hipomanía)
-que por definición no incluye manía-, los síntomas
hipomaniacos carecen de semejante notoriedad y muchas veces
resultan en una sensación agradable de mayor energía,
productividad y, en ocasiones, de locuacidad. En otras ocasiones,
la hipomanía puede ser disfórica (en lugar de
eufórica), y caracterizarse por ansiedad, irritabilidad
y angustia.
Durante
un episodio depresivo no hay como distinguir a una persona que
sufre de depresión monopolar de una que sufre de enfermedad
bipolar, ya que ésta presentará un aspecto tan
deprimido como aquella. Luego, es muy probable que le diagnostiquen
depresión mayor y que le receten antidepresivos, y los
antidepresivos -se sabe- pueden empeorar las cosas para quienes
sufren de bipolaridad; luego, el riesgo al equivocar el diagnóstico
(y por tanto el tratamiento) es un GRAN riesgo.
Así,
muchas personas que sufren de alguna de las variantes de bipolaridad,
son erróneamente diagnosticadas con depresión
mayor, y -peor aún- tratadas con antidepresivos, que
pueden ser totalmente perjudiciales para ellos.
Por
esto es que insistiremos repetidamente en la importancia de
que sepas lo más posible acerca de todas las variantes,
sintomas y signos sugerentes de bipolaridad, para que puedas
colaborar en forma activa, informada y responsable en tu propio
proceso de diagnóstico.
¿Confundido(a)?
He aquí algunas preguntas que puedes responder para “aclarar
un poco las aguas”.
¿Tal
como una pesadilla recurrente, tus depresiones parecen volver
a acecharte una y otra vez?
¿Hay
elementos inesperados en tus cambios de ánimo, como por
ejemplo ansiedad, irritabilidad o insomnio, que te hacen pensar
que tal vez es “algo más” que una depresión?
¿A
veces tus pensamientos corren desbocados sin que los puedas
detener?
¿Te
han recetado varios antidepresivos sin que ninguno haya sido
totalmente eficaz en librarte de la depresión?
¿Has
tenido reacciones adversas a algún antidepresivo?
Si
has respondido afirmativamente a alguna de estas preguntas,
es posible que te encuentres en algún punto del espectro
bipolar.